Hoy, nuestra querida Oris Palacios nos relata su experiencia personal con su hijo sandwich que padece de déficit de atención. Contando como fue su dura experiencia en su momento y cómo salió adelante.
Texto: Oris Palacios
Luego de casi cinco años de haber tenido a nuestro primer hijo; finalmente #flamantisimo y yo nos decidimos mandar a buscar quien le haría compañía. Con la convicción de que solo tendríamos dos hijos, fuese de cualquier género. Por supuesto todo mundo sueña con tener la parejita pero nosotros dijimos “lo que venga”.
Nace este bebé precioso muy parecido a su papá y a su abuelo que le decían “el niño negado” jejeje (chiste pa’l que lo entienda). Muy saludable gracias a Dios. Con un índice de apgar altísimo y todo muy bien. Fue el único que tomó leche materna por seis meses. Jamás tuvo problema alguno para dormir, ni gases, ni cólicos, ni nada. De hecho, era tan buen diente que se puso como una bola a punta de leche materna.
Luego se puso a tono, crece, adelgaza, entra al pre kinder y era un niño que desarrollaba sus actividades totalmente normales. Hablaba muy bien, se relacionaba perfecto y aprendía rápido (estaba en una escuela trilingüe de esas que no dan tregua con las tareas). Claro producto de nuestra inmadurez como padres y falta de experiencia.
En primer grado aprendió a leer y escribir sin ninguna dificultad.
Cuando llegamos a tercer grado se dio un giro radica. De repente los cuadernos me llegaban totalmente en blanco a la casa y la agenda igual. Para ese entonces no existía aún el tan conveniente Mereb, así que me la empecé a ver “a gatas”. Hablaba con las maestras y aunque ustedes no me crean, en una escuela privada (nada barata) las maestras no estaban ni tibias, en darse cuenta lo que estaba sucediendo. Todas creían que era frescura y flojera. Más era lo que se quejaban que lo que cooperaban o trataban de buscar junto a nosotros una solución que ayudara a la criatura.
Cuando se descubre el déficit de atención
Hasta que a una de las maestras se le prendió el foco y le dijo a la psicóloga del colegio. Ella le hizo una serie de pruebitas básicas y nos llama para decir que consideraba que nuestro hijo tenía “déficit de atención”. Nosotros perdidos en camino de día, no sabíamos que teníamos qué hacer. Ante nuestra inquietud, ella nos recomendó un neurólogo infantil quienes son los único idóneos para diagnosticar esa condición. Por supuesto, el neuro no era barato y ninguna de sus citas eran cubiertas por el seguro médico. El doctor nos dijo que estaba casi seguro que sí era, pero que debía mandarle a hacer unas pruebas donde una neuro-psicóloga especialista en estos casos.
Muy, muy buena la neuro psicóloga. Luego de una semana nos da los resultados positivos, pero afortunadamente se tomó la molestia de explicarnos que eso no es una enfermedad para nada, sino una condición con la que se puede vivir perfectamente. Sin embargo, es necesario adecuar algunas cosas porque los niños y adultos con déficit no son capaces de concentrarse. Una parte de su cerebro está – por decirlo de alguna manera- abierta a muchos estímulos a la vez y por ende se distraen con muchísima facilidad.
Nos explicó también que casi siempre el déficit viene acompañado de otra condición como la hiperactividad; no era el caso de nuestro hijo. Lo que sí le encontraron adicional fue algo como visión cruzada, que hace que de repente se salten renglones, se le muevan las palabras, etc.
Sin mentirles, yo quedé como si me hubiesen dado con un martillo en la cabeza. No solo por el diagnóstico, sino por la cantidad absurda de información que me estaban soltando y los gastos, sino de mi ignorancia y no saber que íbamos a hacer.
“¿Desean que su hijo sea feliz?”
Paso a paso y justo en ese momento ella nos hizo una pregunta que nos marcó para siempre y nos aterrizó.“¿Desean ustedes que su hijo esté en una escuela de prestigio, de tres idiomas, con roce social y una supuesta educación de primera? ¿O desean que su hijo sea feliz?”.
Ambos nos miramos como si nos hubiesen cacheteado y contestamos al unísono: “queremos que sea feliz de eso no hay duda”.
Ella nos responde: “entonces lo primero que hay que hacer es cambiarlo de ese colegio al término de la distancia, para un colegio pequeño, con pocos alumnos y que le hagan las adecuaciones que él requiere para avanzar”. Nos recomendó dos o tres opciones y nos fuimos a averiguar.
Pero en el interín hubo que regresar donde el neuro para que diera las pautas de cómo íbamos a proceder. Nos explicó otro sin número de cosas que pronto les compartiré en otro artículo. Entre las recomendaciones radicales estaba el darle un medicamento a nuestro hijo. En ese momento sí me quiso dar un faracho; porque pensé: “Dios mío, es un medicamento para el cerebro y ¿si dentro de unos años me salen con la música de que los efectos secundarios son cosas graves??!! Todo tipo de dudas inundaron mi cabeza y luego comprobé que el pobre flamantísimo se sentía igual, pero él canaliza diferente.
Al final, cambiamos a los dos para la nueva escuela, porque el otro tampoco “cantaba bien las rancheras” en aquel colegio fu fu fu.
En el nuevo colegio desde el primer momento sentimos un cambio significativo en los dos. Ya no los veía presionados, nerviosos, preocupados con el asunto de la absurda cantidad de tareas (cosa con la que JAMÁS he comulgado, porque eso no es sinónimo ni de inteligencia ni de mayor conocimiento). Bueno sigo.
El siguiente paso era darle el medicamento y yo ne-ga-da. Señores lloré como por dos meses. Leí, investigué, pregunté a las diez mil vírgenes. Todo mundo me decía que era superiorísima a la nefasta ritalina que le ha funcionado a muchos chicos en el mundo, pero que también se ha fregado en la vida de otros tantos.
Cuando ya estaba agotada mi pediatra, en quien confío ciegamente me llama a mi casa y me dice: “estás atrasando a tu hijo no solo intelectualmente sino también emocionalmente porque cuando él vea que todos avanzan y él no, se va frustrar y se puede hasta deprimir, dale el medicamento, ten la certeza de que es seguro y más esa dosis. Ese día fui a comprar mi primer frasquito (era uno por mes y costaba $100).
El cambio en mi hijo fue del cielo a la tierra. El tipo llegaba con los cuadernos copiados de pe a pa. Los exámenes inmaculados, hasta las lecciones aprendidas de solo escuchar a la maestra. Casi muero de ver la reacción, eso sí, el efecto secundario fue que se puso súper delgado (ya nos habían dicho que había tendencia a engordar o adelgazar), era como un fósforo cabezón el pobrecito.
Pasaron tres años y de repente hubo desabastecimiento del medicamento en todo el país; el doctor dijo: “ni modo le daremos ritalina” y yo dije jamás, eso “sobre mi cadáver”, así que respondió: “ok probemos a ver cómo nos va sin medicamento, pero si echa para atrás usted debe asumir su decisión”. Le dije que ni se preocupara que no me importaba ya nada. ¿Adivinen?
Algo pasó en el cerebro o los hábitos de mi chiquillo que nunca más tomó el medicamento y solo estudiando pacientemente con él en las tardes logramos salir adelante, Luego llegó la adolescencia y no sé si eso ayudó también, pero mi loquito de carretera, hoy en día tiene 14 años, está en noveno grado; ya se va a graduar de primer ciclo sin ayuda de ninguna medicina ni tampoco ayuda para estudiar, todo lo hace solo y ha salido adelante con un promedio general aproximado de 4.0
No me puedo sentir más orgullosa de él y de todo lo que consiguió luego de un cambio tan grande en su vida, en realidad fue algo de toda la familia, nos enfocamos en ayudarlo y creo que lo logramos; sigo batallando con él y sus frescuras como la de cualquier adolescente y lo llevo con la soga cortita porque es inquieto e inventor.
Afortunadamente no nos dejamos ganar del miedo y tuvimos los recursos (en ocasiones con ayuda externa) para salir adelante.
Espero que mi experiencia le pueda ayudar a muchas mamis que están atravesando por una situación similar y no saben qué hacer. Todo es posible con amor, unión y disciplina.
Abrazos @cuarentidiva
Amiga me puedes compartir el nombre de ese medicamento, stoy pasando x algo igual y mi hijo tiene 15 con mucho esfuerzo se gradua de primer ciclo.
Estoy pasando lo mismo en este momento con mi hija de 6 años! Exactamente lo mismo!!!!!!
Qué bueno que podamos ver que no somos las únicas teniendo la mismas experiencias. Un abrazo…
No estamos solas, es bueno que podamos compartir nuestras experiencias….
Hola. Esta historia ha sido como leer la vida con mi hijo de 7 años. Me gustaría saber el nombre del medicamento para consultar con el Dr. que ve a mi niño.
Hola María y feliz año. el medicamento se llama Concerta. Solamente se puede comprar con receta de neuro y es súper controlado te hacen firmar y poner cédula y todo y no te venden varios frascos al mismo tiempo.. Saludos
Te Felicito de todo Corazon si eres una super mama Yo estoy en la misma situacion y tambien pienso lo mismo que usted con respecto a los medicamentos. Todo lo de la Escuela lo estoy pasando . Yo soy su maestra y el va ha la rscuela ha demostrar lo a yo le enseño en la casa. Creo que el Gobierno debe tener mas enfaci con llas llamadas maestra especiales porque o son frescas o en realidad no saben tratar.el problema.
Estoy de acuerdo en nuestro país se debería de reforzar la parte de la educación y cómo esta es transmitida, más porque sabemos que todos los niños aprenden de distintas maneras.