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Muchas cosas no pasan como planeamos

En momentos difíciles, es vital rodearse de personas que nos apoyen especialmente de familiares y pareja. Nuestra Súper Mamá Geraldine Norte nos revela una anécdota.

Texto: Geraldine Norte

Mi segundo hijo nació prematuro, nació a las 34 semanas de gestación y se suponía que debía haber llegado por lo menos a las 39 semanas, así que en teoría le faltaban entre 5-6 semanas para que naciera.

Con ese embarazo empecé contracciones desde la semana 18, pero al no tener ninguna complicación debía casi ignorarlas, mis revisiones eran muy seguidas, por las contracciones que tenía, pero siempre todo estaba bien. El día que tenía 34 semanas y 2 días incluso fui a una cesárea a recibir una bella bebé, o sea que yo seguía trabajando.

Al día siguiente estaba en la consulta atendiendo pacientes y sentí más contracciones de lo habitual, por lo que avisé a mi esposo que es ginecólogo y me dijo que anotara cada cuánto me daban. Ese día al acabar la consulta pasé a comprar comida y fui a la clínica de mi esposo a almorzar con él.  Cuando estaba en la mitad de la comida de un gran plato de espaguetis pomodoro con pollo, le enseñé el teléfono celular donde había anotado las horas de las contracciones, él las vio y me dijo que cuando acabara de comer me pusiera en el monitoreo fetal para ver cómo iba.

Estuve 20-30 minutos en el monitoreo y en eso entra mi ginecólogo junto con mi esposo, ve el monitoreo y me dice que me iba a hacer un ultrasonido. Resultó que de tantas contracciones que tenía que eran cada 3-4 minutos, la rafia de la cesárea anterior, es decir, por donde habían cortado el útero en la cesárea anterior, se estaba adelgazando tanto que había que hacer cesárea ese mismo día, ya que el riesgo era que se abriera esa cicatriz lo que resultaría fatal tanto para el bebé como para mí. Si esto ocurre tanto la madre como el bebé tienen altas probabilidades de morir. Como me había comido tremendo almuerzo había que esperar un par de horas para que se vaciara un poco el estómago.  Esa noche nació mi segundo hijo, a las 34 semanas de gestación. Estuvo 15 días hospitalizado y los primeros días muy grave.

Tuve que irme del hospital al tercer día sin mi bebé hacia la casa, sumamente triste y con una sensación de impotencia indescriptible. Al pasar la puerta de la entrada, rompí en llanto y creo que lloraba por ratos y por varios días consecutivos, incluso hay recuerdos perdidos o bloqueados, que mi esposo me cuenta y no puedo recordarlos, fue tanto el nivel de estrés que mi cerebro o mi mente bloqueó esos recuerdos. Pude cargarlo por primera vez a los días de vida, no quería dejar de cargarlo, me lo quería llevar a casa, pero había que seguir esperando hasta que se recuperara por completo.

La historia de todo lo que pasó es otra entrada, el asunto es que hay cosas que uno planea y no salen cómo las deseamos, en situaciones difíciles el apoyo familiar y de la pareja es fundamental, rodearse de personas positivas debe ayudar.

Vivir esto con mi hijo me enseñó que muchas cosas no salen como las planeamos ni como las deseamos, pero nuestros hijos siempre nos van a necesitar en un momento dado y estar ahí para ellos es esencial, confiar en mis colegas y amigos neonatólogos fue de gran ayuda, mi esposo en ese momento fue el mejor apoyo. Ya les contaré qué pasó luego que nació, probablemente ni se lo puedan imaginar.

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