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¿Superar una crisis durante el embarazo? ¡Claro que se puede!

Los caminos divinos son misteriosos, pero nunca el Creador nos pone en situaciones que no podamos resolver. Un gran ejemplo es el de nuestra Súper Mamá, Yescenia Navarro. ¡Mira su experiencia!

Texto: Yescenia Navarro

En la semana 38 del embarazo de Isabella Victoria, yo todavía estaba en el corre corre del día a día. No tenía listo su cuarto (típico del 2do hijo), en fin, trabajaba como si nada.

Muchos me decían que ya para esa fecha debía estar descansando y terminando de disfrutar los últimos días de mi embarazo… sin embargo, andaba en mil cosas: llevando a Ana Gaby a cuanta cosa, porque según yo después ella me lo reclamaría.

Amanecí un martes de lo más relax y, de repente, empecé a sentir un hormigueo en la cara. Por un instante dije: qué raro, pero la verdad no me preocupé en ese momento. Llamé a mi doctor y me dijo que no me preocupara que eso parecía una “parálisis fácial”, que llamara a un otorrino.

En ese momento, yo solo procese PARÁLISIS. Mis siguientes pensamientos fueron: tumor, cabeza, me morí bye. Por unos segundos paniquié, pero luego volví y dije: “esto debe ser algo pasajero”. Me fui al otorrino (por suerte es mi tía), pero con el pasar de los días mi cara se fue inmovilizando del lado izquierdo, en vez de mejorar estaba peor.

Les confieso que me asusté un poco, porque no sabía el motivo de la parálisis y si eso podía afectar a Isabella. Digo, nadie espera que le pase algo así a dos semanas de dar a luz.

Cuento largo corto fui al otorrino y a un neurólogo. Ambos coincidieron que era una Parálisis Facial de Bell, es decir, algo que había sido ocasionado por contacto a algún virus, por cambios bruscos de clima, por estrés o dicen que también es muy común entre las embarazadas en su último trimestre (yo nunca había escuchado eso). Por lo menos estaba más tranquila, porque sabía que no era contagioso, no le iba a hacer daño a la bebé y que me iba a recuperar con terapias. Así que dije: “al mal tiempo buena cara” (bueno en sentido figurado, jajaja).

Me conseguí al mejor terapista y empecé mis terapias 6 días a la semana. Lentamente sentía que había algo de mejoría. Ahora bien, que les quede claro que no podía cerrar un ojo y tenía la boca chueca, al punto que tenía que tomar agua con carrizo y no tenía fuerza ni para soplar un globo.

De verdad que todo esto era un reto a mi paciencia. Pero aquí no termina el cuento. Dos días antes de dar a luz me levanto una madrugada realmente asustada, porque en mi cabeza inventora yo decía: “si no puedo ni soplar un globo, como voy a poder pujar para parir”. Allí, me entraron todos los nervios del mundo, me asusté horrible y a esa hora me puse a escribirle a todo el mundo: al médico, al terapista, a mi otorrino y a un par de mis amigos.

Al día siguiente -porque obviamente nadie me contestó a esa hora-  todos me calmaron diciendo que uno puja con la fuerza del abdomen y que todo iba a estar bien, también me calmé y le dije a Diosito: “ay bueno resuelve”. Y así fue, parí súper rápido y sin problemas. Mi hija nació sana y mi sonrisa volvió (después de dos meses de mucha terapia y muuuuchaaaaaa paciencia).

¿Qué aprendí de todo esto? Que tenemos que escuchar a nuestro cuerpo y no excedernos, que Dios a veces actúa de maneras misteriosas, pero que nunca nos manda algo que no podamos vencer. Que al mal tiempo buena cara y que con paciencia se logran las cosas.

No pude tomarme fotos cuando nació mi hija porque tenía la cara chueca, dormí con un parche porque no podía cerrar el ojo, pero aprendí a valorar cuan afortunada soy de que hoy puedo soplar un globo. Por eso que uno propone, pero Dios dispone.

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